Ian & Natalia

Celebrar esta ceremonia bajo la luz de Cristo y en presencia de aquellos que amamos es mucho más que pronunciar un “sí, acepto”. Es ofrecer nuestra unión como un pacto eterno ante Dios, consagrando este vínculo con gratitud por habernos guiado hasta este día escrito en las páginas de Su perfecto plan. Hoy no solo abrimos un nuevo capítulo como esposos, sino que alzamos nuestras copas —como si estuviéramos en el Gran Comedor o en una fiesta en Hobbiton— para honrar a quienes forjaron con nosotros esta historia.

Sabemos que en este día tan especial nos faltan compañeros valiosos de esta travesía: nuestra querida amiga Emilia, nuestros abuelos: Eugenio, María Livia, Ramón, Cristina (Coca), José, Carmelita y Luis; y muy especialmente, alguien a quien uno de nosotros le debe no solo la vida, sino los principios, el carácter y el amor incondicional que lo formaron: Cristina.

Si el cielo no quedara tan lejos —si existiera una red Flu celestial o un portal élfico al otro lado— sabemos que estarían aquí, con sus sonrisas cómplices, con lágrimas de alegría y una inmensa paz en el alma. Pero aunque sus cuerpos no crucen este umbral terrenal, su esencia permanece con nosotros, en cada gesto aprendido, en cada valor sembrado, en cada palabra que aún vive en nuestra memoria.

Esta celebración no es solo por lo que viene, sino por todo lo que fue. Por ellos, por su amor eterno, y porque su legado sigue latiendo en nosotros, como la luz de una estrella que jamás se apaga.